domingo, 9 de mayo de 2010

Vemos a un perro cruzar las vías del tren, la estación es Florida. Hay una mujer gorda, un cura, una especie de oficinista mujer y yo, pero con anteojos negros. El perro cruza moviendo la cola, cruza sin ver venir la señorita de los colgantes, cruza contento. Ahora reviso las cintas y veo que hasta se estaba riendo, resulta muy cruel por lo que va a suceder luego.
El perro cruza y de repente se escucha un aullido, un gritito instantáneo que se disuelve en el aire. Zoom a la gorda que asustada corre hasta el borde del andén. La cámara sigue el camino del perro corriendo hacia la plaza. La gorda parece realmente preocupada. El perro sigue caminando y después de cruzar un árbol y unos chicos, desaparece. No se lo ve más, el tren que se acerca lo tapa.
Reviso las cintas una ultima vez, y me quedo pensando.
Y me acuerdo de algo. Busco en los cajoncitos donde olvido mis cosas. Lo encuentro.
Un poema que habla justamente de esto. Lo escribí hace algunos años. No se bien porque me entristezco.
Dice “Dejara de caminar después de veinte pasos, dejara de respirar muy agitado”

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