miércoles, 21 de abril de 2010

Voy del punto A al punto B, en una especie de carruaje motorizado también conocido como Fiat 600. Parece una especie de bóveda marciana, las chucherías y armazones apoyadas en los asientos de atrás, la última adquisición, una valija con un agujero en el medio y adentro colores manchados de humedad. Cosa extraña. El que maneja es un amigo de la familia, de mi tío. Yulo, o Terry (como le gusta que lo llamen los más pequeños).
Hasta ahí, se avisa a si mismo. El carromato se para en una esquina rosada. Atrás, como en un cuadro de Dalí veo la estación de Carupa.
- Hasta ahí, nadie se mueva. Nadie se mueva, y todos calladitos que acá si alguien se retova sale gente herida.
- ¿Qué pasa Yulo?
- Nadie se mueva, y todos calladitos que aca si alguien se retova sale gente herida - repite.
- ok.
Sin decir nada. El no dice nada, yo digo algo. Una señora que parece tener un ojo herido nos saluda con la mano. Agarro uno de los libros tirados en el piso, uno de cocina de Maru Botana, pero esta viejo, parece una edición de los setenta. El me mira y se ríe como si hubiera dicho lo más sabio cuando ahora no dije nada. Enciende la maquina y seguimos.
Viste cuando no entendes un carajo de nada.

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