sábado, 22 de mayo de 2010

Encerrado en un cubículo con mi amante del momento: el inodoro. Lo abrazo y le confieso todo lo que guardo en un discurso acido y amargo, mientras tanto, escucho la celebración llena de rimas y versos polifónicos.
Es un bar aglutinado y concurrido en las profanidades de Kevek. Es el cumpleaños del cuervo famoso, y vinieron todos sus amiguitos a festejarlo. No estoy seguro si es el de la película, pero si que es famoso.
No le importan mucho las rimas o los versos, su cumpleaños o el merengue en la botella, su silencio lo demuestra muy claro. No desea tampoco volver al trabajo, a atormentar a pequeños adinerados, emperadores romanos, mediocres almas y/o plomeros.
Pasan las horas, me quedo dormido, y el cuervo sigue soportando y aguantando. En un momento el cuervo se harta y dice adiós, o más bien chau. Se despide del loro y del pianista, que nadie puede estar seguro si esta tocando o no. Entra al baño, se lava las plumas y me despierto justo para verle las enormes patas desnudas contra el mármol blanco. Abre la ventana, y como no puede manejar, se va volando.

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