martes, 23 de noviembre de 2010

volvía a casa y el silencio de la avenida apretaba mis bolsillos. y pensaba y pensaba. en Guernica y Nagasaki y Saigón y Bagdad y todas las ciudades y todas las personas que una vez tocaron el fuego. y también en mi vida y en mis silencios. pensaba en silencios rodeado de silencios y me sentía tal vez irónico. pero escuche que alguien gritaba “¡vos no sos dueño de nada!” y trate de seguir caminando, trate. pero fue en vano porque afuera de una tintorería cerrada me tuve que sentar. y al rato me tuve que acostar. y si, es cierto, tenía miedo por los perros. tenia miedo de que vengan y me coman la cara, como hace tres noches atrás lo había soñado. pero igual cerré los ojos. y mientras el nudo empezaba a soltarse -o por fin cortarse- escuche como una desconocida temblaba. y gemía. la gran desconocida gemía y temblaba por toda la avenida. y todo en la avenida también gemía mientras los portones se abrían y de ellos empezaban a salir caballos. y ellos parecían saber que pasaba. y todo lo que sucedía en la avenida lo escuchaba acostado contra las rejas de la tintorería Kong. la desconocida se acercaba, creo que se acercaba, y todo gemía y temblaba. pero cuando las cosas se empezaron a de verdad complicar, justo antes del punto sin retorno, el buen viento empezó a soplar y los árboles hicieron ese ruido que hacen. tal vez lo escucharon ustedes también. fue la noche en el que el río se vacío, y el lago también. y todos los ahogados al fin fueron encontrados. y mientras la desconocida se iba como si nada hubiese pasado y el viento soplaba. y acurrucado como estaba, entré en la camioneta Azul-como tus ojos de noche. y desde entonces navego por las calles laterales de lo que ustedes todavía no saben como se llama.

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